lunes, 4 de agosto de 2008

El impreciso color de la luz en la ventana del cuarto de baño del piso superior


No tenía amigo a quien decir adiós. Ni gato. Intentó escribir una nota
explicando el porqué y sintió vergüenza por ser tan patético. Subió al piso superior y entró en el cuarto de baño. No tuvo ganas de ducharse. Tampoco quiso quitarse la ropa. Se sentó en la taza del inodoro. Puso el cañón de su revólver Smith&Wesson dentro de la boca. Apoyó el dedo pulgar de su mano derecha en el gatillo y echó un vistazo a la ventana, una forma sutil de despedida. Quiso imaginar que en el último instante se abrirían los cielos y ocurriría un milagro. Entonces comprendió que las películas americanas le habían convertido en un memoide. Lamentó no haber podido soportar nunca la muermez cinematográfica de Fassbinder o Bergman. Aunque ahora ya poco importaba. Iban a dar las siete de la tarde y no era plan de llegar con retraso a la últma cita. Cerró los ojos. Rin! Rin! Rin! El timbre de la puerta detuvo su mano. ¿Sería el milagro que estaba esperando? Pues no. Era la foca asquerosa de su vecina. Lo cual era literal. Su vecina de rellano tenía una foca auténtica (pinnípeda de la familia de los fócidos) que tenía la costumbre de escaparse de casa y que había aprendido a tocar el timbre con la punta de su nariz. Mientras discutía con el animal apareció su dueña,
dicho sea de paso tanto o más fócida que su mascota, quien antes de volverse para casa le recordó con aquel odioso tono de voz que le salía de su cloaca bucal que debía ya tres recibos de la comunidad y que de seguir así acabaría en el juzgado.
Aún más resuelto si cabe a consumar el acto volvió a subir las escaleras de su dúplex. Entró en cuarto de baño. No se duchó. No se desnudó. Se sentó en el váter. Apuntó su Smith&Wesson contra el cielo de su boca. Tocó el gatillo con el pulgar de su mano derecha. Miró la ventana...y en el momento de cerrar los ojos un brillo extraño lo llenó de asombro y luego una voz poderosa retumbó en el aire: ¡Tente Abrahán! (su nombre era Cosme, pero se
detuvo igualmente) El milagro estaba sucediendo ¡genial! Pero por alguna razón no pudo evitar puntualizar: soy Cosme, no Abrahán. ¡Ah! ¿no eres Abrahán? -inquirió aquella vozota retumbante- entonces me equivoqué de
asunto -añadió- Déjame ver... Cosme, Cosme... ¡Cosme! Aquí está. Pues sí
tengo que reconocer que he cometido un error, en tu caso tenía que venir a decirte que tienes el revólver descargado, te olvidaste de comprar las balas, así que te traigo estas con cabeza explosiva de lo más efectivas y ¡gratis! Es tu día de suerte.
Deshecho el prodigio cargó su revólver. Miró la ventana que empezaba a mostrar el impreciso color del ocaso y cerró los ojos...

© Pul
Enero 2001



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