domingo, 13 de septiembre de 2009

POLICROMÍA


Y hay otras veces en que todo se tiñe de colores

El tibio sol baña la tarde de abril y en el jardín el verde de la hiedra se funde con el azul de un cielo al que unas nubes juguetonas le dan el toque velazqueño. Los pájaros pían sin dejarse ver, todos excepto un mirlo que se posa descarado en la hierba recién replantada para comerse la semilla. Los árboles mueven sus hojas perezosamente bailando con la brisa. El perro de la esquina ladra moviendo la cola a lo lejos. Todo comienza a renacer.

Me echo en la tumbona con el ordenador sobre las rodillas y dejo que un suave balanceo me meza. Mi cuerpo, leve como una pluma se empapa de los colores de la primavera, de sus sonidos. En mi cabeza se mezclan los olores del romero, la hierbabuena, los bollos recién hechos en el horno cercano. Me pierdo en este bosque de sensaciones que puebla todos mis sentidos. Cierro los ojos y me dejo inundar por la paz que me rodea. Ahora es el zumbido de alguna abeja y el murmullo lejano de una feria lo que ocupa mi mente.

Un vaso de refrescante té me hace compañía, el olor de la menta llega a mi nariz incitándome a alargar una mano y beberlo, es un sabor suave, cálido, que se desliza por la garganta, impregna mi boca y cuyo recuerdo perdurará, reaparecerá trayéndome la sensación de bienestar que ahora respiro.

Abro los ojos lentamente, me incorporo perezosa para dejar unas letras en el ordenador. Las teclas bailan ágiles bajo mis dedos. Las hojas de los árboles interpretan para mí una danza sensual, la enredadera compite con ellas para regalarme un verde aún más brillante. Las nubes van y vienen dibujando figuras de algodón allá en lo alto. La brisa me envuelve como un manto invisible. Sonrío, la paz lo inunda todo. Plenitud.

© Magda M.

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