viernes, 25 de junio de 2010

El fenómeno





Transcurría el mes de febrero de mil novecientos cincuenta y tantos en un apacible pueblo de la isla.

Ya bien entrada la tarde la mujer del boticario rompió aguas y con urgencia mandaron a buscar a la partera que vivía algunas casas más allá. Todo se desarrollaba con normalidad, la parturienta se fue preparando, tumbada sobre su cama después de colocar unos hules y algunas toallas donde poder resolver cómodamente “sin manchar mucho”. Era su quinto alumbramiento, el primero lo había tenido en pleno frente durante la guerra, por lo que éste no debería suponer el más mínimo problema. Aunque estaba gordísima, a pesar de las contracciones se encontraba más o menos relajada.

Con paso ágil se presentó pronto la comadrona. Rechonchita, de piel oscura, los pliegues expertos de su cara bordeaban una apacible sonrisa tranquilizadora. Por asepsia enfundó su cabeza en un pañuelo de algodón para cubrir su pelo canoso. Se asomó entre las piernas de la mujer la cual se abrió aún más deseando que aquello se resolviera de una vez. Cuando vio la cabeza del neonato ya asomada al mundo, pudo apreciar el tamaño de lo que allí se avecinaba y su cara cambió del relax a la sorpresa. Buscando la mirada del padre de la criatura

- Esto no es para mí señor, llame rapidito al médico.

Éste se volteó con premura se asomó a la ventana del dormitorio y gritó con fuerza

- ¡El médico! ¡llamen al médico! ¡rápido, por favor, llámenlo!

Casualmente éste subía paseando por la plaza. Al oír los gritos apretó el paso y casi corriendo se presentó en un instante en la habitación. Con mirada experta se percató fácilmente de la complicación, el niño venía bien colocado, aunque por el tamaño de la cabeza se dio cuenta de inmediato que no podría sacar los hombros. Miró raudo al boticario

- ¡Corre, trae un bisturí, tengo que cortar, se está amoratando!

Casi volando, en dos zancadas bajó las escaleras, pero el galeno no queriendo perder tiempo, temiéndose lo peor, decidió no esperar el utensilio. Con sus manos rajó la piel que presionaba al pequeño y con un hábil movimiento giró sus hombros

- ¡Empuja mujer! ¡empuja fuerte ahora!

Lentamente se deslizo entre sus manos y acto seguido pudo escucharse su primer llanto de saludo a la vida. ¡Qué alegría!

Los allí presentes no salían de su asombro al ver el tamaño del recién nacido, cosa que se constató al ponerlo luego sobre la báscula y apreciar como el fiel por poco sale disparado por el otro lado.

¡La criaturita tuvo un peso estimado de casi siete kilos!

Pronto corrió de boca en boca entre la gente del pueblo la noticia que comentaban con tierno sarcasmo

- ¿Te enteraste? ¡La mujer del boticario tuvo un fenómeno!

©Jorgehguimerá 10 abril de 2010


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