(Para Anais, dueña y señora de
toda la maresía azul y atlántica…)
I
Ardorosa tu carne. Luz y sombra
perenne en mi otra carne entreabierta.
Temblorosa, fugaz, siempre despierta
mi voz. Mi tenue voz, cuando te nombra
es eco estremecido que se asombra
de tu radiante luz. Pálida, yerta,
una tercera carne descubierta
en mi mano se yergue y desescombra.
Sin un matiz de aurora, lentamente,
tu mirada se instala en mis pupilas.
Tu carne toda se hace sentimiento
cuando tu luz se agita, de repente,
cuando brotas del mar. Sola. Y oscilas
dominando los vértices del viento.
© ANGEL CAZORLA OLMO
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